Había una vez un pequeño ratón llamado Rubén que tenía una tienda de quesos. Su tienda era famosa en todo el bosque, ya que ofrecía una amplia variedad de quesos deliciosos y exquisitos. Rubén era un ratón muy glotón y disfrutaba enormemente de saborear cada uno de los quesos que vendía.
Sin embargo, había un problema: Rubén no podía resistirse a probar todos los quesos que tenía en su tienda. Cada vez que llegaba un nuevo pedido de quesos frescos, su apetito se desbordaba y terminaba comiéndoselos todos, sin dejar ni uno para vender..
Los demás animales del bosque, que acudían emocionados a la tienda de quesos de Rubén, se decepcionaban al encontrar los estantes vacíos. Se preguntaban por qué el ratón propietario de la tienda nunca tenía ningún queso para vender.
Un día, un búho muy sabio se acercó a la tienda de Rubén y le preguntó con voz tranquila: "Rubén, ¿por qué siempre te comes todos los quesos y no dejas ninguno para vender?". El ratón, un poco avergonzado, le explicó que simplemente no podía resistirse a su exquisito sabor.
El búho sonrió y le dijo: "Rubén, entiendo que los quesos sean deiciosos, pero ¿qué te parece si pruebas un poco de cada queso para saber cómo son, pero dejas el resto para vender? Así, todos podrán disfrutar de los sabores maravillosos que ofrecen tus quesos".
Rubén reflexionó sobre las palabras del búho sabio y aunque al principio no estaba muy convencido, decidió intentarlo. No lo consiguió el primer día, ni el segundo, pero poco a poco, con perseverancia y voluntad, consiguió probar solo una pequeña porción de cada queso nuevo que llegaba a su tienda.
Seguidamente, dejaba el resto cuidadosamente en los estantes para que sus clientes pudieran comprarlos y disfrutarlos.
La noticia de la nueva actitud de Rubén se propagó rápidamente por el bosque. Los animales comenzaron a visitar la tienda de quesos con entusiasmo, encontrando una amplia selección de quesos deliciosos y frescos que antes no podían disfrutar. Rubén se llenó de satisfacción al ver la felicidad en los rostros de sus clientes; y se dio cuenta de que compartir sus tesoros con los demás era mucho más gratificante que guardárselos todos para sí mismo.
Desde aquel día, su tienda de quesos se convirtió en un lugar de encuentro para todos los amantes del queso. Aprendió que al compartir con los demás traía alegría y satisfacción a su vida, mucho más que el placer efímero de comerse todos los quesos él solo.
¡Suculentos sueños pequeños soñadores!