El faro que enamoró a los niños
Elsa era un niña curiosa, observadora y muy cariñosa. Le encantaba contemplar las estrellas y escuchar las emocionantes historias que su padre le contaba. Hija de un gran navegante y aventurero que decidió, junto con su mujer Elisa, ir a vivir a un faro cuando Elsa nació. La pequeña tenía mucha curiosidad por saber por qué sus padres habían decidido ir a vivir a un faro.
Arturo, que así se llamaba su padre, se sentó junto a Elsa y le dijo: -Pequeña, aquí empieza mi historia. Ser navegante siempre me ha apasionado, mientras lo estuve haciendo disfruté muchísimo de ello y ahora que vivo en un faro estoy encantadísimo también.
Cuando supimos de tu llegada, quería compartir contigo muchos instantes y el ser navegante implicaba pasar muchos meses fuera de casa. Sentí con alegría que quería habitar en un faro. Hablé con tu mamá que, entusiasmada, le pareció una magnífica idea. Una semana después de sentir esa decisión, nos avisaron que este precioso faro había quedado deshabitado. Los propietarios eran mayores, necesitaban cuidados especiales e irían a vivir a la cuidad. ¡Una gran sincronía!, la vida nos regalaba esa oportunidad -le contó Arturo entusiasmado.
-Papá y ¿por qué decidiste ir a vivir a un faro? - Le preguntó curiosa Elsa.
-Cuando era navegante y veía los faros me enamoraba de ellos. Despertaban en mi firmeza y presencia, sobre todo en momentos de fuerte tempestad. Cuando todo se tambaleaba ellos mantenían su entereza. Me fascinaba como siempre seguían indicando la cercanía de tierra y nos permitían saber el lugar dónde nos encontrábamos y además ¿sabes? cada faro emite una señal lumínica única. ¡Es un ejemplo de actitud en la vida!. Hay momentos en los que todo parece que se derrumba, es en estos instantes cuando es esencial saber mantener plena confianza en la vida y seguir iluminando. ¡Me enamora pequeña! - Le contaba emocionado Arturo.
- ¡Me encanta papá, qué maravilla! -le dijo Elsa acompañando estas palabras de un profundo abrazo.
-Hoy, que he estado jugando con mis amigos, me han dicho que se extrañaban cómo no me aburría viviendo en un faro. ¡Papá!, si te escuchasen hablar, ¡todos querrían venir a vivir aquí!. ¡Papá, te quiero!, ¡tengo tanta suerte de tener unos padres como vosotros!
-Y nosotros Elsa, somos muy afortunados que seas nuestra hija. –le transmitió Arturo con un inmenso agradecimiento.
-Si quieres, organizamos una fiesta e invitas a tus amigos a que vengan a compartir con nosotros un día en este precioso faro.
-¡Me parece genial papá! ¡La organizamos juntos! -le dijo Elsa muy alegre.
Llegó el momento de adentrarse a la vida del farero. Muy temprano por la mañana se despertaron todos los amiguitos de Elsa para contemplar la salida del majestuoso sol. Los niños quedaron fascinados. Cada día veían el sol pero no se habían parado a observar el amanecer. Después de un suculento desayuno que había preparado Arturo, hicieron un taller de pintura que organizó su mamá Elisa, que había descubierto su gran talento como pintora. Los paisajes que dibujaba desprendían vida. Las fuertes olas recobraban movimiento y la multitud de colores utilizados en sus lienzos, te invitaban a descubrir la belleza.
Por la tarde, entre todos recopilaron cajas de cartón y construyeron unos ingeniosos barcos, todos se convirtieron en navegantes. Bajaron a una pequeña playa dónde cada uno de ellos mostraba su gran talante. Algunos preferían ser piratas, otros los cocineros de los barcos, otros se ocupaban de izar las velas y como no, había los que miraban por el catalejo y gritaban ¡tierra a la vista!
Después de cenar era momento de contemplar el prodigioso cielo, era una noche completamente estrellada y Arturo junto con Elsa les explicaron entusiasmados el apasionante mundo de las estrellas. Todos, en sus sacos de dormir, intentaban mantener los ojos abiertos hasta que un dulce sueño les invadió.
A la mañana siguiente, todos los amiguitos de Elsa se levantaron temprano para ver el precioso amanecer. ¡Un día en el faro de Elsa, una maravillosa experiencia, nunca se hubiesen imaginado aquella vivencia!
Aprendieron que vivir en un faro puede parecer aburrido, pero cuando descubres que el espíritu aventurero siempre te acompaña, vayas dónde vayas y estés donde estés ¡es genial! El padre de Elsa era un gran ejemplo, había pasado de ser navegante a ser farero y hacía que la vida en el faro fuese una continua aventura.
¡Felices Sueños pequeños fareros!